Reflexiones sobre no hacer a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti
Tuve muchos problemas que surgieron en mi deber, tanto grandes como pequeños. Algunos eran por ser demasiado descuidada, y otros por no conocer los principios. Estaba algo preocupada, pues temía que mi líder o la hermana con la que trabajaba trataran conmigo y dijeran que era descuidada en mi deber, pero mi compañera mencionaba muy poco mis problemas y solo me decía que tuviera más cuidado en el futuro. Esto siempre me hacía feliz. Más tarde, cuando vi algunos problemas evidentes que otros tenían en sus deberes, sentí que estaban siendo demasiado descuidados en su trabajo, y quise comunicarme con ellos y analizar el problema para que pudieran comprender su naturaleza y las graves consecuencias de seguir así. Pero luego pensé que señalar los problemas de los demás directamente heriría su orgullo. Sería mejor solo decir lo justo para que fueran conscientes del problema y dejarlo así. Además, yo había tenido los mismos problemas, así que ¿qué derecho tenía a hablar? ¿Y si trataba con los demás por algo y luego lo hacía yo misma? ¿No sería una hipócrita? Pensé que debía limitarme a decir cosas agradables. Así, si yo hacía algo malo en el futuro, los demás no harían un escándalo. Perdonar a los demás es perdonarse a uno mismo. Cuando lo pensé así, la pizca de justicia en mi corazón desapareció. Le dije a mi compañera, “No hay necesidad de nombrar a las personas específicas que tienen problemas. Podemos referirnos simplemente a los problemas”. Ella no dijo nada en respuesta. Me sentí un poco incómoda después de eso. ¿Se darían cuenta los demás de que tenían un problema si no se les señalaba? ¿Cambiarían en el futuro? Si no lo hacían, eso podría afectar al trabajo. Me sentí conflictuada. Quería hablar, pero no me atrevía, y al no hablar, sentía que no estaba cumpliendo con mi deber. Después, me pregunté por qué me resultaba tan difícil. ¿Qué me impedía exponer los problemas de los demás? Dije una oración silenciosa, pidiendole a Dios que me guiara para entender mi problema.
Más tarde, le conté a otra hermana sobre mi estado, y ella me envió un pasaje de las palabras de Dios. Su lectura me abrió los ojos y logré entender mi problema. Dios Todopoderoso dice: “¿Sois partidarios de la máxima moral ‘lo que no quieras que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’? Si alguien es partidario de este dicho, ¿pensaríais que es grande y noble? Algunos dirían: ‘Mira, no imponen cosas a nadie, no le ponen las cosas difíciles a los demás ni los colocan en situaciones complicadas. ¿No son maravillosos? Siempre son estrictos con ellos mismos pero permisivos con el resto; nunca le dicen a nadie que haga nada que no pueden hacer ellos. Les conceden a otros mucha libertad, y les hacen sentir mucha calidez y aceptación. ¡Qué grandes personas son!’. ¿De verdad es este el caso? La implicación de la frase ‘lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’ es que solo deberías dar y aportar a los demás las cosas que te gustan y te complacen. Pero, ¿qué cosas gustan y complacen a las personas corruptas? Cosas corruptas, absurdas, y deseos extravagantes. Si les das y aportas estas cosas negativas a la gente, ¿no se volverá la humanidad cada vez más corrupta? Habrá cada vez menos cosas positivas. ¿No es eso la verdad? Es un hecho que la humanidad está profundamente corrupta. Los humanos corruptos gustan de buscar la fama, la ganancia, el estatus y los placeres de la carne; quieren ser famosos, poderosos y sobrehumanos. Quieren una vida cómoda y son reacios al trabajo duro; desean que se les dé todo en bandeja. Muy pocos de ellos aman la verdad y las cosas positivas. Si la gente les da y les aporta su corrupción y predilecciones a otros, ¿qué pasará? Es tal y como imaginas: la humanidad será cada vez más corrupta. Los que son partidarios de la idea de ‘lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’ piden que la gente imprima a los demás su corrupción, sus predilecciones y sus deseos extravagantes, lo que provoca que los demás busquen el mal, la comodidad, el dinero y el ascenso. ¿Es esta la senda correcta en la vida? Es evidente que ‘lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’ es un dicho muy problemático. Las lagunas y los defectos que presenta son claramente obvios; ni siquiera merece la pena analizarlos y discernirlos. Sometidos al menor examen, sus errores y ridiculez quedan a la vista. Sin embargo, muchos de vosotros os dejáis persuadir e influenciar fácilmente por este dicho y lo aceptáis sin discernimiento. Al relacionaros con los demás, a menudo utilizáis esta máxima para amonestaros a vosotros mismos y exhortar a los demás. Al hacerlo, pensáis que vuestro carácter es especialmente noble y que sois muy razonables. Pero, sin daros cuenta, estas palabras han revelado los principios por los que vives y tu postura ante los problemas. Al mismo tiempo, has engañado y confundido a otros para que se acerquen a las personas y a las circunstancias con las mismas opiniones y posturas que tú. Has actuado como alguien que realmente nada entre dos aguas, y sin duda has elegido el camino del medio. Dices: ‘No importa cuál sea el problema, no hay necesidad de tomarlo en serio. No te pongas las cosas difíciles ni a ti ni a los demás. Si le pones las cosas difíciles a los demás, también te las pones a ti. Ser amable con los demás es ser amable contigo mismo. Si eres duro con los demás, también lo eres contigo mismo. ¿Qué sentido tiene ponerse en una situación difícil? No hacerles a los demás lo que no quieres que te hagan a ti es lo mejor que puedes hacer por ti mismo, y lo más considerado’. Esta actitud es evidentemente la de no ser meticuloso en ningún aspecto. No tienes una postura o perspectiva clara sobre ningún tema; posees una visión confusa de todo. No eres meticuloso y simplemente haces la vista gorda respecto a las cosas. Cuando por fin te presentes ante Dios y rindas cuentas, será también un gran embrollo. ¿Por qué? Porque siempre dices que no debes hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Todo esto es muy reconfortante y agradable, pero al mismo tiempo te causará muchos problemas, y hará que no puedas tener una visión o postura clara en muchos asuntos. Por supuesto, también te incapacita para entender claramente cuáles son los requisitos y las normas de Dios para ti cuando te encuentras con estas situaciones, o qué resultado deberías conseguir. Estas cosas suceden porque no eres meticuloso en nada de lo que haces; vienen causadas por tu actitud y tus puntos de vista confusos. ¿Acaso no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti es la actitud tolerante que deberías tener hacia las personas y las cosas? No, no lo es. No es más que una teoría que parece correcta, noble y amable desde fuera, pero que en realidad es algo absolutamente negativo. Es evidente que no es ni mucho menos un principio de la verdad al que la gente debería adherirse” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (10)). Las palabras de Dios expusieron mi actitud hacia la relación con los demás. Cuando veía un problema en el comportamiento de alguien hacia su deber, no quería señalarlo claramente. Por fuera parecía que era amable, dejando que los otros salvaran su apariencia, y no avergonzándolos, pero tenía un motivo oculto. Ya que yo también era descuidada en mi deber con bastante frecuencia y tenía problemas similares, tenía miedo de señalar los problemas de los demás y luego mostrar el mismo problema en mí. ¿No me convertiría eso en una hipócrita? Ser estricta con los demás también sería malo para mí, al no dejarme una ruta de escape, así que no quería tomar en serio los problemas de los demás, y prefería pasarlos por alto. Era muy consciente de que si siempre eran descuidados en su deber no sólo no obtendrían buenos resultados ni harían buenas obras, sino que eso también repercutiría en el trabajo de la iglesia, incluso causando interrupciones mayores. Como supervisora, debería haber asumido la responsabilidad, haber comunicado y señalado los problemas de los demás, y cuando fuera necesario, exponerlos, analizarlos y tratarlos. Pero para guardar las apariencias y proteger mi estatus, perdí hasta la más mínima voluntad de practicar la verdad. De afuera, parecía muy considerada, pero en realidad, quería protegerme y evitar que los demás mencionaran mis problemas. Si no hubiera sido por la revelación de las palabras de Dios, nunca me habría dado cuenta de que no señalar los problemas de los demás en realidad proviene de estar afectado y controlado por filosofías satánicas. Nunca hubiera visto lo astuta que era.
Leí algo en las palabras de Dios. “En un sentido literal, ‘lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’ significa que si no te gusta algo o hacer una cosa cualquiera, tampoco deberías obligar a nadie a hacerlo. Esto parece inteligente y razonable, pero si usas esta filosofía satánica para ocuparte de cualquier situación, entonces cometerás muchos errores. Es probable que hagas daño, engañes o incluso perjudiques a gente. Es similar a lo que les ocurre a algunos padres a los que no les gusta estudiar pero tienden a obligar a sus hijos a hacerlo, y tratan siempre de razonar con ellos, instándoles a estudiar mucho. Si aplicaras aquí esta exigencia de ‘no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti’, entonces estos padres no deberían hacer estudiar a sus hijos, porque a ellos mismos no les gusta. Hay otra gente que cree en Dios pero no busca la verdad; sin embargo, en sus corazones saben que creer en Dios es la senda correcta en la vida. Si ven que sus hijos no van por la senda correcta, les urgen a creer en Dios. Aunque ellos no buscan la verdad, quieren que sus hijos lo hagan y estén bendecidos. En esta situación, si trataran a los demás del mismo modo que quieren que les traten a ellos, entonces estos padres no harían a sus hijos creer en Dios. Eso estaría en línea con esta filosofía satánica, pero también destruiría la oportunidad de salvación de esos niños. ¿Quién es el responsable de este resultado? ¿Acaso no perjudica a la gente la tradicional máxima moral de no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti? […] ¿No contradicen estos ejemplos claramente ese dicho? No es nada acertado. Por ejemplo, algunas personas no aman la verdad, codician las comodidades de la carne, y encuentran la manera de holgazanear durante el cumplimiento de su deber. No están dispuestos a sufrir ni a pagar un precio. Piensan que el dicho ‘lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’ lo expresa bien, y le dicen a la gente: ‘Deberíais aprender a disfrutar. No hace falta que cumpláis bien con vuestro deber ni que sufráis penurias o paguéis un precio. Si podéis holgazanear, pues holgazanead; si podéis salir del paso, pues salid del paso. No os pongáis las cosas tan difíciles. Miradme, yo vivo así, ¿no es genial? Mi vida es perfecta. Os estáis agotando por vivir de esa manera. Deberíais aprender de mí’. ¿No cumple esto el requisito de ‘no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti’? Si actúas así, ¿eres una persona con conciencia y razón? (No). Si una persona pierde la conciencia y la razón, ¿acaso no carece de virtud? A esto se le llama carecer de virtud. ¿Por qué lo llamamos así? Porque tal persona ansía la comodidad, salir del paso en el cumplimiento de su deber, e incita e influye en los demás para que se unan a ellos en la superficialidad y el ansia de comodidad. ¿Cuál es el problema de esto? Ser superficial e irresponsable en tu deber es un acto de engaño y resistencia a Dios. Si sigues siendo superficial y no te arrepientes, serás expuesto y expulsado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (10)). “Si la gente ama la verdad, tendrá la fuerza para buscarla, y podrá esforzarse en la práctica de la verdad. Pueden abandonar lo que debe ser abandonado, y dejar ir lo que debe dejarse ir. En particular, las cosas que se refieren a tu propia fama, ganancia y estatus han de ser abandonadas. Si no las dejas ir, significa que no amas la verdad y no tienes la fuerza para buscarla. Cuando te suceden cosas, debes buscar la verdad. Si, en esos momentos en los que necesitas practicar la verdad, tu corazón es siempre egoísta y no puedes dejar de lado tu propio interés, serás incapaz de poner en práctica la verdad. Si nunca buscas o practicas la verdad en ninguna circunstancia, no eres una persona que ama la verdad. No importa cuántos años hayas creído en Dios, no obtendrás la verdad. Algunas personas siempre buscan la fama, la ganancia y el interés propio. Sea cual sea el trabajo que la iglesia les asigne, siempre dudan, pensando: ‘¿Me beneficiará esto? Si es así, lo haré; si no, no lo haré’. Una persona así no practica la verdad; por lo tanto, ¿puede cumplir bien con su deber? Seguramente no. Aunque no hagas el mal, no eres una persona que practica la verdad. Si no buscas la verdad, no amas las cosas positivas y, pase lo que pase, solo te preocupa tu propia reputación y estatus, tu propio interés y lo que es bueno para ti, entonces, eres una persona que solo se mueve por el propio interés, eres egoísta y vil. […] Si la gente nunca practica la verdad tras años de fe en Dios, se encuentra entre los incrédulos, es malvada. Si nunca practicas la verdad, si tus transgresiones son cada vez más numerosas, tu fin está fijado. Es evidente que todas tus transgresiones, la senda equivocada por la que vas y tu negativa a arrepentirte conforman una multitud de malas acciones, por lo que tu final es que irás al infierno, que serás castigado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Lo más importante al creer en Dios es poner en práctica la verdad). No pude evitar estremecerme ante lo que revelan las palabras de Dios. Basar las relaciones en “lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás” me hacía parecer comprensiva con otros, pero en realidad, les estaba haciendo daño. No estaba practicando ni entrando en las palabras de Dios ni en Sus exigencias. Estaba consintiendo a los demás con sus problemas, no pidiéndoles que practicaran la palabra de Dios, como si ellos debieran ser igual que yo, sin buscar progresar, negativos y depravados. Hacer las cosas de esa manera es irresponsable. Es ser complaciente con la gente. Es falto de humanidad y carente de virtud. Así me comportaba yo. No amaba la verdad y sólo buscaba tranquilizarme. No quería tomar en serio mi deber ni ser minuciosa. Había todo tipo de problemas y anomalías en mi deber, pero tenía miedo de exponer mis faltas. Esperaba que el líder y mi compañera no fueran demasiado estrictos conmigo. También temía que si era demasiado directa con los demás, tendría que dar el ejemplo y aceptar su supervisión, lo cual no me facilitaría la vida. Así que quería cubrir a los demás y permitirles ser como yo, que no mencionaran los problemas que notaban ni se vigilaran entre sí. Antes de recibir la verdad, la gente tiende a seguir su carácter corrupto en la vida, holgazaneando y siendo poco rigurosos en sus deberes. Es entonces cuando más se necesita la supervisión y la orientación mutuas. Esto es algo bueno, y protege el trabajo de la iglesia. Como supervisora, debería haber tomado la delantera en la práctica de la verdad, pero además de no ser un buen ejemplo, permití que todos fueran descuidados y no se esforzaran por progresar, como yo. Esencialmente, estaba harta de la verdad y no estaba dispuesta a aceptarla. Estaba tomando la iniciativa de ser descuidada y de engañar a Dios. No sólo no estaba cumpliendo bien con mi deber, sino que también estaba perjudicando a mis hermanos y hermanas. Cuanto más reflexionaba sobre ello, más veía que era un asunto más serio de lo que había pensado. Para proteger mi reputación y mi estatus, descuidé el trabajo de la iglesia y la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Fui muy egoísta y vil. También llegué a comprender por qué Dios dice que personas así son incrédulas, que son gente malvada que se infiltra en la casa de Dios. Es porque lo único que hay en sus corazones son ellos mismos; no piensan en la obra de la iglesia. Dios espera que todos nosotros podamos practicar la verdad, hablando y actuando con principios. Pero yo no amaba la verdad. Esperaba que todos se cubrieran entre sí y que nadie practicara la verdad. Estaba haciendo lo contrario de lo que Dios quería: esto era hacer el mal. Solía pensar que sólo interrumpir intencionalmente el trabajo de la iglesia era hacer el mal que disgustaría a Dios, pero entonces vi que proteger tus propios intereses en todo momento, hablar y actuar por corrupción y no practicar la verdad también es hacer el mal. Al darme cuenta de esto, rápidamente oré a Dios con arrepentimiento: “Dios mío, soy supervisora, pero no estoy practicando la verdad. Para proteger mi reputación y mi estatus, he querido que todas las personas se cubran entre sí. No tengo conciencia ni razón, y no merezco este deber. Dios, quiero arrepentirme y cambiar”. Después de orar, enumeré todos los problemas que los demás habían tenido en sus deberes últimamente. Me quedé atónita cuando vi los detalles de todos estos problemas. Un par de personas habían sido irresponsables y descuidadas en su deber, por lo que hubo que rehacer algunos trabajos. Ver un problema tras otro me hizo sentir realmente incómoda. No había imaginado que habría tantos problemas en los deberes de todos. Pero seguía pensando que podía dejar las cosas pasar, consintiendo a los demás y a mí misma. No tenía en cuenta la voluntad de Dios. Si las cosas seguían así, los retrasos en nuestro trabajo recaerían sobre mí.
Esa noche leí un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a entender mi comportamiento. Las palabras de Dios dicen: “No importa lo que estén haciendo, los anticristos consideran primero sus propios intereses, y solo actúan una vez que lo han considerado todo bien; no obedecen verdadera, sincera y absolutamente la verdad sin compromiso, sino que lo hacen de manera selectiva y condicionada. ¿Con qué condiciones? Se trata de salvaguardar su estatus y reputación, y no deben sufrir ninguna pérdida. Solo después de que se satisfaga esta condición, decidirán y elegirán qué hacer. Es decir, los anticristos consideran muy seriamente la manera de tratar los principios de la verdad, las comisiones de Dios y la obra de la casa de Dios, o cómo ocuparse de las cosas a las que se enfrentan. No les importa cómo cumplir la voluntad de Dios, cómo evitar dañar los intereses de Su casa, cómo satisfacerlo o cómo beneficiar a los hermanos y a las hermanas; no son esas las cosas que les interesan. ¿Qué les importa a los anticristos? Si su propio estatus y su reputación van a verse afectados, y si su prestigio va a disminuir. Si hacer algo de acuerdo con los principios de la verdad beneficia a la obra de la iglesia y a los hermanos y las hermanas, pero provocara que su propia reputación se viera afectada y causara que mucha gente se diera cuenta de su verdadera estatura y supiera qué tipo de naturaleza y esencia tienen, entonces no cabe duda de que no van a actuar de acuerdo con los principios de la verdad. Si hacer trabajo práctico hará que más personas piensen bien de ellos, los respeten y los admiren o permite que sus palabras tengan autoridad y causen que más personas se sometan a ellos, entonces elegirán hacerlo así. De lo contrario, nunca elegirán renunciar a sus propios intereses por consideración hacia los intereses de la casa de Dios o de los hermanos y las hermanas. Esta es la naturaleza y la esencia de los anticristos. ¿Acaso no es egoísta y vil? En cualquier situación, los anticristos ven su estatus y reputación como algo de suma importancia. Nadie puede competir con ellos. No importa el método que sea necesario, mientras sirva para ganarse a la gente y que los demás lo adoren, los anticristos lo emplearán. […] Dicho con sencillez, el objetivo y la motivación detrás de todo lo que hace un anticristo giran en torno a estas dos cosas: el estatus y la reputación. Ya sea su forma de hablar, actuar o comportarse de cara al exterior, o un tipo de pensamiento y punto de vista o una forma de buscar, todo gira en torno a su reputación y estatus. Así obran los anticristos” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Las palabras de Dios son muy claras. Todo lo que hacen los anticristos es para proteger su propia reputación y estatus. Nunca consideran cómo proteger el trabajo de la iglesia o lo que beneficiaría a sus hermanos y hermanas. Prefieren ver el trabajo de la iglesia afectado que poner en peligro sus propios intereses. Se preocupan demasiado por la reputación y el estatus. Al reflexionar, vi que actué igual que un anticristo. Cuando me enfrentaba a algo, siempre ponía mis intereses, mi reputación y mi estatus por encima de todo. Cuando vi que algunas personas estaban siendo bastante descuidadas en su deber, sabía que debía señalarlo y tratar con ellas para que pudieran ver sus problemas y reconocer su corrupción. Pero no quería ofender a nadie y quería protegerme, así que no practiqué la verdad. No pude sacar de mi boca ni una sola palabra en línea con la verdad. En cambio, me devanaba los sesos para asegurarme de tener una salida. Fui realmente evasiva y astuta, una complaciente que quería tomar el camino intermedio. Seguí persiguiendo la fama y el estatus, protegiendo mis propios intereses, permitiendo que otros hicieran sus deberes con corrupción, sin pensar en el trabajo de la iglesia. Estaba en la senda de un anticristo. Si seguía por ese camino, seguro que Dios me pondría en evidencia y me descartaría. Esta comprensión me mostró lo grave que era este problema. Oré a Dios, pidiéndole que me guiara para poder renunciar a la fama y el estatus, defender el trabajo de la iglesia, y cumplir con mis responsabilidades.
Luego de eso leí más palabras de Dios. “Dios no exige a las personas que hagan a los demás solo lo que querrían que les hicieran a ellos mismos, sino que pide a las personas que tengan claros los principios que deben observar al gestionar las diferentes situaciones. Si es correcto y está en línea con las palabras de Dios y la verdad, entonces debes aferrarte a ello. Y no solo te tienes que aferrar a ello, sino que tienes que amonestar, persuadir y tener comunicación con otros, para que entiendan exactamente cuál es la voluntad de Dios y cuáles son los principios de la verdad. Esta es tu responsabilidad y obligación. Dios no te pide que tomes el camino del medio, y mucho menos te pide que presumas de lo generoso que es tu corazón. Debes aferrarte a las cosas que Dios te ha amonestado y enseñado, y a lo que Dios expresa en Sus palabras: los requisitos, el criterio y los principios de la verdad que la gente debe observar. No solo debes aferrarte a ellos, sino que debes hacerlo para siempre. También debes practicar liderando con el ejemplo, así como persuadiendo, supervisando, ayudando y guiando a otros para que se aferren, observen y practiquen estos principios de la verdad de la misma manera que lo haces tú. Dios exige que hagas esto; Él no exige que te dejes a ti mismo y a otros salirse con la suya. Dios exige que adoptes la postura correcta en los asuntos, que te aferres a las normas correctas y que sepas con precisión cuáles son los criterios de las palabras de Dios, y que descubras con precisión cuáles son los principios de la verdad. Incluso si no puedes lograr esto, incluso si no estás dispuesto, si no te gusta, si tienes nociones, o si te resistes a ello, debes tomarlo como tu responsabilidad, como tu obligación. Debes tener comunicación con la gente sobre las cosas positivas que provienen de Dios, sobre las cosas que son correctas y adecuadas, y usarlas para ayudar, impactar y guiar a otros, para que la gente pueda verse beneficiada y edificada por ellas, y caminar por la senda correcta en la vida. Es tu responsabilidad, y no debes aferrarte obstinadamente a la idea de ‘lo que no quieres que te hagan a ti, no se lo hagas a los demás’ que Satanás te ha metido en la cabeza. A ojos de Dios, ese dicho es solo una filosofía de vida; es uno de los trucos de Satanás; no es la senda correcta ni es algo positivo. Lo único que Dios quiere que seas es una persona recta que comprenda claramente lo que debe y no debe hacer. Él no quiere que seas una persona complaciente ni nades entre dos aguas; no te invita a tomar el camino del medio. Cuando un asunto tiene que ver con los principios de la verdad, debes decir lo que hay que decir, y entender lo que hay que entender. Si alguien no entiende algo, pero tú sí, y le puedes dar indicaciones y ayudarle, entonces debes cumplir sin falta con esta responsabilidad y obligación. No debes limitarte a echarte a un lado del camino y quedarte mirando, y mucho menos debes aferrarte a los trucos que Satanás te ha metido en la cabeza, como por ejemplo no hacer a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti. […] Si siempre defiendes esto, entonces eres alguien que vive según las filosofías satánicas; una persona que vive por completo en un carácter satánico. Si no sigues el camino de Dios, entonces no amas ni buscas la verdad. Da igual lo que pase, el principio que debes seguir y lo más importante que debes hacer es ayudar a la gente tanto como puedas. No debes hacer lo que dice Satanás y limitarte a hacer a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti, o ser un complaciente ‘inteligente’ con los demás. ¿Qué significa ayudar a la gente en la medida de lo posible? Significa cumplir con tus responsabilidades y obligaciones. En cuanto veas que algo forma parte de tus responsabilidades y obligaciones, deberás comunicar las palabras de Dios y la verdad. Eso es lo que significa cumplir con tus responsabilidades y obligaciones” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué es buscar la verdad (10)). A partir de las palabras de Dios vi que no hacer a los demás lo que no quieres que te hagan a ti es una táctica, un ardid que Satanás usa para corromper y controlar los pensamientos de la gente para que vivan con filosofías satánicas, sin practicar la verdad en sus relaciones. Se vuelven tolerantes y se dan libertad de acción. Si todos viven según su carácter corrupto, Satanás gana el control y el mal se impone. Eventualmente, el Espíritu Santo los abandona. Aunque todavía no podía vivir o poner en práctica las palabras de Dios y Sus requisitos, tenía que cumplir con mis responsabilidades y comunicar a los demás mi esclarecimiento y comprensión de las palabras de Dios. Si veía que la gente iba en contra de los principios de la verdad en sus deberes en lugar de mostrar una actitud de indulgencia y tolerancia, tenía que tener principios, ayudando a los demás mediante la comunicación y la crítica. Sólo entonces estaría defendiendo la obra de la iglesia y cumpliendo con mi deber. También tenía que ser un ejemplo de poner en práctica la verdad. Era un hecho que había problemas en mi deber, pero no podía ser permisiva conmigo, fingir o escapar de la realidad. Si lo hiciera, nunca progresaría. Debería reconocer proactivamente mis problemas, aceptar la supervisión de los demás, y tomar mi deber en serio. También me di cuenta de que la idea de que tienes que estar libre de errores y problemas para poder criticar a los demás no está en línea con la verdad en absoluto, es ponerse a uno en un pedestal. Soy solo otro humano corrupto con un carácter gravemente satánico. A menudo voy en contra de los principios de la verdad en mi deber, y necesito someterme al juicio y la poda de Dios. También necesito la supervisión de los hermanos y hermanas. Si se manifiestan más problemas, tendré que afrontarlos, no seguir huyendo de ellos. Darme cuenta de esto fue esclarecedor para mí, y encontré una senda de práctica. En la siguiente reunión, primero abordé los problemas que había tenido recientemente en mi deber, exponiendo y analizando mis descuidos, y pedí a todos que me vigilaran. También les dije que lo tomaran de advertencia. Por último, también señalé a dos de los hermanos que habían sido especialmente descuidados y les hablé de las consecuencias de no cambiar. Me sentí muy tranquila después de hacerlo.
Fue realmente conmovedor para mí cuando un hermano con el que había tratado reconoció su problema por haber sido señalado así, y me envió un mensaje que decía: “Si no hubiera sido expuesto y tratado así, habría sido totalmente inconsciente de mi problema. Gracias por ayudarme de esta manera. Ahora realmente quiero reflexionar y entrar en la verdad”. Este mensaje me conmovió mucho. Solía odiar que trataran conmigo y me expusieran, así que aún menos quería hacer eso a los demás, pero de hecho, eso no les hacía ningún favor. Realmente lamenté proteger mi reputación y estatus, siempre consintiendo y tolerando los problemas de todos en sus deberes, y no cumpliendo con mi deber o responsabilidades. Sentía que estaba en deuda con Dios y con los hermanos y hermanas. También me di cuenta de que poner en práctica las palabras de Dios es el principio con el que debemos vivir. Ser capaz de señalar los problemas de los demás sin pelos en la lengua es útil para ellos, pero también nos beneficia a nosotros mismos. Pero no hacer a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti es en realidad una falacia satánica que perjudica a la gente. También comprendí que el hecho de tener siempre miedo de ser tratada cuando los problemas surgían en mi deber indicaba que no entendía la importancia del trato. Las palabras de Dios dicen: “Supervisar a las personas, vigilarlas, llegar a conocerlas, todo esto es para ayudarlas a entrar en el camino correcto de la fe en Dios, para que puedan cumplir con su deber como Dios pide y según los principios, para que no causen ninguna perturbación o interrupción, para que no malgasten el tiempo. El objetivo de hacer esto nace por completo de la responsabilidad hacia ellos y hacia la obra de la casa de Dios; no hay ninguna malicia en ello” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros). Es cierto. Todos tenemos un carácter corrupto y somos susceptibles de ser descuidados en nuestro deber. Si no hay nadie que supervise e inspeccione nuestro trabajo, o que nos ofrezca enseñanza y crítica sobre nuestros problemas, no podemos hacer un buen trabajo. Sólo nos dedicaremos a nuestra propia comodidad, o incluso haremos algo adrede que perturbe el trabajo de la iglesia. Así que, cuando los líderes supervisan el trabajo u ofrecen críticas, están siendo responsables en su deber, y es para defender el trabajo de la iglesia. También es bueno para nuestra entrada en la vida, no para hacernos las cosas difíciles. Pero yo era una supervisora que seguía la idea satánica de “no hacer a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti”. Veía problemas en los deberes de los demás pero seguía siendo amable con todos. No comuniqué, ni ayudé, ni traté con nadie, sino que los consentía y protegía. Era irresponsable, por no decir que era perjudicial para los demás y para la iglesia. Esta experiencia le dio un giro a mi idea errónea y me hizo ver la importancia de la supervisión y la exposición.
Esta experiencia fue realmente conmovedora para mí. Vi que cuando vivimos con filosofías satánicas, todas nuestras ideas son erróneas. No podemos distinguir lo correcto de lo incorrecto, y no sabemos lo que está en línea con los principios de la verdad y los requisitos de Dios. Es fácil seguir las filosofías satánicas y hacer cosas que interfieren con el trabajo de la iglesia. Solo mirar las cosas y vivir de acuerdo a las palabras de Dios está en línea con Su voluntad. También comprobé la dulzura de practicar la verdad y gané la confianza para enfocarme en hacer lo que Dios demande en el futuro. ¡Gracias a Dios!