Palabras diarias de Dios: La aparición y la obra de Dios | Fragmento 61

5 Ago 2020

Cuando el relámpago surge desde el Este, que es también precisamente el momento en el que empiezo a hablar, en el momento en que el relámpago aparece, todo el empíreo se ilumina y todas las estrellas empiezan a transformarse. Parece como si toda la raza humana se viera sometida a una limpieza y clasificación apropiadas. Bajo el resplandor de su ráfaga de luz desde el Este, toda la humanidad se revela en su forma original, con los ojos deslumbrados, bloqueada por la confusión; aún menos puede ocultar sus rasgos feos. Además, son como animales que huyen de Mi luz en busca de refugio en cuevas de la montaña; sin embargo, ninguno de ellos puede borrarse desde Mi luz. Todos los seres humanos están asombrados, todos están esperando, mirando; con la llegada de Mi luz, todos se gozan en el día en que nacieron, e igualmente maldicen ese día. Las emociones contradictorias son imposibles de articular; las lágrimas de autocastigo forman ríos, y son llevadas por el fuerte torrente, y desaparecen sin rastro en un abrir y cerrar de ojos. Una vez más, Mi día presiona a la raza humana, despertándola otra vez, dando a la humanidad un punto desde el cual tenga que tener un nuevo comienzo. Mi corazón late y, siguiendo los ritmos de Mi latido, las montañas saltan de alegría, las aguas danzan gozosas, y las olas, marcando el tiempo, baten contra los arrecifes rocosos. Es difícil expresar lo que hay en Mi corazón. Quiero que todas las cosas inmundas queden reducidas a cenizas bajo Mi mirada, quiero que todos los hijos de desobediencia desaparezcan de delante de Mis ojos para que su existencia no perdure más. No sólo he llevado a cabo un nuevo comienzo en la morada del gran dragón rojo, también he emprendido una nueva obra en el universo. Pronto los reinos de la tierra pasarán a ser Mi reino; pronto los reinos de la tierra dejarán de existir para siempre debido a Mi reino, porque Yo ya he conseguido la victoria, porque he regresado triunfante. El gran dragón rojo ha agotado todos los medios concebibles para interrumpir Mi plan, esperando borrar Mi obra sobre la tierra, pero ¿puedo desanimarme por sus estratagemas engañosas? ¿Puedo temer perder la confianza por sus amenazas? Nunca ha existido un solo ser en el cielo o la tierra que Yo no haya tenido en la palma de Mi mano; ¿cuánto más cierto es esto del gran dragón rojo, este instrumento que me sirve como contraste? ¿No es también un objeto manipulado por Mis manos?

En el momento de Mi encarnación en el mundo humano, la humanidad llegó involuntariamente a este día con la ayuda de Mi mano guiadora, llegó a conocerme inconscientemente. Sin embargo, en cuanto a cómo caminar por la senda que hay por delante, nadie tiene idea, nadie es consciente y nadie sigue sin tener una pista sobre la dirección en la que lo llevará la misma. Sólo con el Todopoderoso vigilándolo podrá alguien ser capaz de caminar por la senda hasta el final; sólo guiado por el relámpago del Este será alguien capaz de cruzar la puerta que lleva a Mi reino. Entre los hombres, nunca ha habido uno que haya visto Mi rostro, que haya visto el relámpago del Este; mucho menos aún quien haya oído la voz que sale de Mi trono. En realidad, desde los días antiguos, ningún ser humano ha entrado en contacto directo con Mi persona; sólo hoy, cuando he venido al mundo, tienen los hombres una oportunidad de verme. Pero incluso ahora, los hombres siguen sin conocerme, así como sólo miran Mi rostro y sólo oyen Mi voz, pero sin entender lo que quiero decir. Todos los seres humanos son así. Siendo parte de Mi pueblo, ¿no sentís un profundo orgullo cuando veis Mi rostro? ¿Y no sentís una vergüenza abyecta porque no me conocéis? Ando entre los hombres y vivo entre ellos, porque me he hecho carne y he venido al mundo humano. Mi objetivo no es simplemente permitir que la humanidad mire Mi carne; sobre todo, es permitirle conocerme. Aún más, por medio de Mi carne encarnada, la condenaré por sus pecados; venceré al gran dragón rojo y eliminaré su guarida.

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 12

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